Guillermo Tamarit es abogado y doctor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata y posee una especialidad en Ciencia Política de la Universidad de Salamanca, España. Pero es más conocido en nuestro medio por ser el Rector de la Universidad Nacional del Noroeste (Unnoba). Tuvo su primer mandato en 2007, fue reelecto en 2010, 2015, 2019 y acaba de renovar en agosto por otro nuevo período hasta 2027.
En esta entrevista dio su parecer sobre el abordaje que se le está dando a la Educación en la campaña electoral en curso.
- ¿Cómo ve el tratamiento de la Educación en la campaña electoral?
- Entre las preocupaciones de la sociedad, la educación aparece sexta, pero ocupa un lugar preponderante en la campaña y los rectores nos hemos expresado en junio en el Monumento a la Bandera, el Día de la Bandera, con un documento donde plantamos posición respecto a la educación pública. Allí destacamos que desde 1884 hasta acá, la ley 1420 es la política pública más extendida en el tiempo y de mayor consenso en estos 130 años, con los conceptos que contiene: de educación pública, gratuita, universal y laica.
- ¿Y por qué se vuelven a dar debates que parecían saldados?
- Porque hay un público para eso, pero son situaciones oportunistas. Nadie está planteando que no hay problemas en la educación, pero nadie nos dice cómo mejorarla. Lo que se usa son slogans. El caso del voucher -para dar un ejemplo muy concreto- es el arancelamiento de la educación en todos sus niveles… Ni la dictadura militar se animó a hacer esto.
Y no hay un espacio para debatir esto. Nadie desconoce los problemas que tenemos y que hay que superar, pero de ninguna manera se va a hacer destruyendo una de las mejores políticas públicas que hemos construido como sociedad.
- Tampoco parece haber un programa sólido detrás de la idea del voucher.
- En Chile existió el voucher y fue un desastre. Los ejemplos en sociedades comparables son lamentables y por supuesto ni siquiera es operativo: hay muchísimos pueblos donde hay una sola escuela, sin posibilidad de operar con un voucher. Esto es una chicana de campaña, de oportunismo electoral antes que una propuesta para discutir políticas integrales.
- Y se habla de la posibilidad de “elegir” escuelas y universidades mejores, pero ¿quién dice cual es mejor?
- Hoy la universidad es gratuita. O sea: no hay ningún problema en elegir la que uno quiere. Ahora, las limitaciones estructurales -no solo de elección de la universidad- hacen que el 60-70% de los alumnos solo pueda ir a la universidad local de su geografía y no hay voucher que solucione eso.
- Además, ¿cómo se financiarían las escuelas rurales y periféricas?
- Por eso digo: es una trampa. No hay un debate allí. Y hay un público dispuesto a criticar a la educación pública, a las universidades y está en todo su derecho. No hay que pelearse, hay que explicar. Hay que dar el debate para demostrar que no se necesitan soluciones mágicas para temas tan complejos como estos.
- También está el peligro de dejar librado todo al mercado, ¿no?
- No se puede mercantilizar un derecho como es el del acceso a la educación que –insisto- tiene una larga y virtuosa tradición en nuestro país. Porque no es que nos fue mal: nos fue muy bien. En 1983, el 40% de los estudiantes que estaban en edad, cursaban el secundario. Hoy va más del 90% ¿Aprenden lo que queremos? No, tenemos un enorme problema allí. Ahora, ¿es mejor que haya 90% o 40% de aquella escuela que añoramos? Bueno, tenemos otros problemas, vamos resolviendo algunos y tenemos otros.
Estudiantes universitarios había 350.000 en 1983, con 27 millones de habitantes: 1.3% de la población en la educación superior. Ahora tenemos 2.800.000 con 48 millones de habitantes: más del 5% de la población ¿Son los estudiantes que queremos? ¿La cantidad de graduados que queremos? No. Ahora, ¿es mejor haber crecido 5 veces en 40 años?
¡Claro que sí! Por eso digo: ahora, ¿qué necesitamos? Tiempo, discutir, que pueda hacerse esta evaluación.
- Y este debate no es exclusivo de la educación: se inscribe en un proceso más amplio que es la crítica generalizada al rol del Estado.
- Sí, por supuesto. Es debatible la cantidad de actividad del Estado y la cantidad de actividad de lo privado. Ahora, la garantía de derechos básicos, elementales como es el de la educación no está en debate en nuestra sociedad. A nadie se le ocurre que cada uno se va a educar en la medida de sus posibilidades económicas. Hay que ser muy cuidadosos respecto a esto. El rol del Estado es un rol muy importante y es una discusión abierta, pero ojo: que no por discutir el Estado tenemos que borrar con todas las funciones del Estado.
- En especial cuando los profesionales y los universitarios argentinos son hoy demandados en el mundo.
- Nosotros siempre decimos: se tienen que poner de acuerdo los que critican a las universidades. Porque, o las universidades son buenas, entonces nuestros graduados compiten en el exterior y todos los extranjeros quieren venir a estudiar. O son malas y nuestros estudiantes no pueden ir a ningún lado y ningún extranjero quiere venir. Nuestra calidad es buena: más del 90% de los graduados tiene trabajo en su área de competencia y esto solo sucede si efectivamente tienen una buena formación.
- Cuando habló Milei de cerrar el Conicet planteó que solo subsistan las áreas “duras” en detrimento de todo lo social.
- Son sesgos. Tuve un profesor que nos decía que no le gustaba “ni la ciencia dura ni la blanda”: le gustaba al dente. Porque la ciencia es una y todos nos nutrimos de distintos elementos científicos aún en las cuestiones más insospechadas. Las teorías más avanzadas de las ciencias duras encuentran su límite y tienen que apelar a las ciencias sociales para encontrar explicaciones. Eso esconde la idea de que la ciencia es un desarrollo productivista al servicio de empresas. Pero la sociedad necesita eso y necesita muchas más cosas.
- ¿Cree que hay un corrimiento hacia la centro-derecha en lo que puede ser el electorado?
- Más que de derechas y de izquierdas tenemos que hablar de autoritarismos que plantean todo mágicamente y que se llevan por delante las instituciones y no solo no resuelven nada, sino que además cuestionan los elementos más valiosos que tenemos como sociedad que es saber que tenemos un pasado común y un destino común y que hay que construirlo con toda la sociedad. Son liderazgos que están desarrollándose en la Argentina pero que suceden en todo el mundo.
- Hay quienes comparan la dolarización de los 90 con el planteo de Milei, ¿cree que tiene asidero?
- No. No hay dos épocas iguales. Parece que vivimos como en una calesita, pero no tiene nada que ver. Menem había sido gobernador, había gestionado, representaba al principal partido de la oposición con importante presencia en el Congreso. Son contextos incomparables. Tiene un aire de época por algunas medidas, pero tampoco es esa época. La sociedad argentina y las relaciones con el mundo son hoy muchísimo más complejas.
- Además este debate también se inscribe en un contexto social de mucho enojo.
- Sí, porque además el acceso que se tiene a las comparaciones no ya de cómo viven otros jóvenes de países desarrollados sino de los limítrofes es un enorme cuestionamiento.
Esa expectativa que no se resuelve y que básicamente tiene que ver con que lo que no les ofrecemos: futuro y no les estamos resolviendo problemas que son casi del siglo pasado. Es el gran desafío de la política y su gran deuda. Tienen razón en el enojo y hay que ofrecerles alternativas. La gente no está dispuesta a seguir haciendo un esfuerzo que no la conduzca a una situación de mejora y muchísimos -no tan jóvenes- ni siquiera lo hacen por ellos sino por sus hijos.
- ¿Y cree que la política tomó nota?
- Sí. Al margen del resultado electoral va a haber una nueva configuración de la política. Hay muchos políticos y mucha gente que todavía no entiende lo que pasó. Hay que procesarlo como sociedad. Esta idea de la Argentina y los privilegios lo describe muy bien un libro de Jorge Liotti en un apartado muy preciso donde dice que nadie piensa en ir a pedir un turno en un hospital: piensa quién es la persona que le va a conseguir el turno en el hospital. O sea: hemos perdido la idea que el ciudadano tiene derechos y consideramos que el privilegio es recurrir a la corporación.
- ¿Y hay tiempo de acá a octubre de poner en debate estas cuestiones?
- No… es un proceso. Ahora estamos para elegir “pasta o pollo”. Habrá presidente, pero el proceso se inició y lo peor que se puede hacer es ignorarlo, contradecirlo o enojarnos con los que votan. Las opciones que hay es desarrollarlo como proceso y ofrecer futuro, sin lo cual la política pierde todo sentido.